Infidelidad

Tropezar con la infidelidad fue como recibir un golpe en el estómago. Después de tantos años de relación y una familia construída, se derrumbó todo. Las dudas se acumularon, no lo quería afrontar o no lo quería ver, hasta que un día caí en la tentación y revisé los mensajes. Y lo descubrí todo. La confianza se hizo trizas, en el camino dejándome perdida y vulnerable.

En medio de ese caos, busqué ayuda, aunque muchas veces me ganaban la vergüenza. Me sentía responsable por no haber cuidado mi relación ¿tal vez tenía yo la culpa? Hablé con algunas amigas cercanas y me apoyaron mucho, trataban de ayudarme. Pero igual algo me faltaba.

Alguien sugirió la terapia como un camino, decidí probarla. Mi primera sesión empezó con duda para mi hasta que la terapeuta me recordó, no le debes nada a nadie, en verdad ¿cómo te sientes? Y me quebré, empecé a liberar mi rabia, mi furia, lo que tenía guardado, ¿por qué me sucedía a mi? Si lo di todo. Quería mandarlo todo al diablo.

Con mi terapeuta, exploré las complejidades de mi relación. Ella no tomaba partido, sólo hacia las preguntas correctas. Aunque la infidelidad fue el golpe más duro, caí en la cuenta de otros problemas que se habían gestado en el tiempo y no traté a tiempo. A medida que avanzaba, la terapia no solo calmaba el dolor, también me enseñaba a reconstruir la confianza en mí misma. Me alentaba a explorar fortalezas que ni sabía que poseía.

Hoy, aunque las cicatrices persisten, puedo decir que la terapia me dio la brújula necesaria.

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